Crueldad. La experiencia como tecnología
Somos tanto lo que acontece que ni se nos ocurre que nuestra experiencia, lo que nos acontece en lo que acontece, se encuentra producida tecnológicamente. Una evidencia nos parece algo natural, espontáneo1. “Así siento esto, así soy”, solemos decir. Lo más, aceptamos que con algún tipo de trabajo sobre nosotros, una terapia de algún tipo, podríamos eliminar aquello que nos daña o modificar esa práctica o sensación que sufrimos sin saber el porqué. “Un acontecimiento que cambie mi experiencia”, solemos suplicar. Enunciada así nos impedimos pensarla, nuestra experiencia continúa allí nada más siguiendo el flujo normal de lo que acontece.
Entre lo que acontece y lo que nos acontece, nuestra experiencia, intervienen innumerables tecnologías. Lo que sentimos está maquinado, lo que supuestamente experimentamos espontáneamente se encuentra aparatizado. Todo el ámbito estético de la experiencia se encuentra estructurado y funciona tecnológicamente. Se trata de un ámbito de cuerpos y sus gestos, de pasiones y sus efectos, de deseos y sus productos, de sensibilidades y sus individuaciones. Disciplinas como el psicoanálisis, la psicología o el arte trabajan técnicamente parte de ese ámbito. Nuestra experiencia para ser pensada debe concebirse como un conjunto de maquinaciones afectivas, aparatos sensibles, mecanismos estéticos, funcionamientos pasionales e invenciones colectivas. Si no fuera así no podríamos reproducir, transmitir y, literalmente, construir experiencias. Ciertamente el lenguaje es una de las primeras técnicas que usamos para intervenir nuestra experiencia, modificar nuestra sensibilidad, avivar nuestro deseo, interpretar nuestros gestos. Habría que decir que no es la única, ni la principal.
De nuevo, identificando nuestra experiencia a la evidencia del flujo normal de lo que acontece nos impedimos pensarla. Mejor estrategia es revisar casos en los que parece fácil reconocer la hechura y las operaciones tecnológicas que conforman las experiencias de nuestros cuerpos. Revisar esos casos en donde la construcción de muy determinadas condiciones tecnológicas y estéticas de ejercicio de los cuerpos tienen el sentido de producir muy determinados efectos en las individuaciones. Casos en donde el ejercicio tecnológico sobre los cuerpos es ostensible, donde no se le puede identificar con el flujo normal de los acontecimientos. Se trata de casos en donde se busca producir y reproducir ciertas formas de cuerpos, de individuaciones. Muchas veces se trata de formas de individuación diferentes, opuestas, incluso violentas, a las tecnologías de la experiencia comunes, como la tradición, el género, las funciones sociales o económicas que lleva a cabo un individuo. En la trata de personas2, en las políticas de la muerte, en los feminicidios, entre otras formas de tecnologías corporales, se busca producir condiciones estéticas en donde los cuerpos actúen y experimenten de formas muy determinadas. Dicho de manera rápida: esos casos de violencia sobre los cuerpos se trataría de tecnologías de la experiencia. Así entendido, es posible tratar a la explotación conceptualizada por los pensadores marxistas o bien, los sometimientos3 teorizados por los anarquistas como tecnologías de la experiencia.
No se trataría de hacer la boba analogía 4entre nuestros cuerpos y las máquinas. Lo tecnológico así entendido no se trataría de esas fantasías fútiles de máquinas, robots o cyborgs, de esas supuestas cosas extrañas a nosotros que o nos matarían, nos destruirían, nos deshumanizarían, nos conquistarían, o nos vivificarían transformándonos con una vida más allá de la humana nuestra. Se trataría, sí, de estrategias discursivas y conceptuales que permiten decir y pensar, describir las maquinaciones que producen nuestros hábitos, desarticular las invenciones colectivas que configuraron nuestros deseos, criticar los aparatos que constituyen nuestros gestos, pensar los funcionamientos de nuestra sensibilidad. Y es que ya no nos funciona el día de hoy esos discursos que distinguen o mezclan lo corporal humano y los aparatos, lo maquínico y lo espontáneo, lo mecanizado y lo vivo.
Hagamos un ejercicio con un caso. Pensemos tecnológicamente eso que llamamos crueldad. Primero revisemos lo más cercano, la palabra. El término “crueldad” es definido comúnmente como una “acción cruel e inhumana que genera dolor y sufrimiento en otro ser”, como “inhumanidad, fiereza de ánimo, impiedad”. Utilizamos en nuestros discursos corrientes ciertos términos como sus sinónimos: barbarie, brutalidad, crudeza, dureza, encarnizamiento, ferocidad, sadismo, sevicia, iniquidad, atrocidad, insensibilidad. Su etimología se remonta a la palabra crudelitas, que se deriva de la palabra crúor, que en sus orígenes hacía referencia a la “sangre”, al “derramamiento de sangre”, a lo “crudo” que, según Rosset, “designa la carne despellejada y sangrienta: o sea, la cosa misma desprovista de sus atavíos o aderezos habituales, en este caso, la piel, y reducida de ese modo a su única realidad, tan sangrante como indigesta”5.
Si, para intentar un discurso sobre la crueldad, nos dejamos ir por el anterior campo significativo de la palabra, tendríamos imágenes violentas de acciones encarnizadas causantes de atroces sufrimientos a otros cuerpos; imágenes escalofriantes de un cuerpo que, aunque ataca ferozmente a otro cuerpo se encuentra insensible ante lo que produce. Se trataría de un discurso en el que la epideixis busca causar un fuerte impacto en nuestra sensibilidad: ver carne despellejada y sangrienta. Lo interesante de concebir así a la crueldad es que nos produce una amplia gama de sobrecogedoras respuestas y de fuertes impresiones: miedo, horror, asco, escalofríos. En eso que acontece y que nosotros preferimos experimentarlo en relación con los discursos e imágenes corrientes de lo cruel, nos acontece responder con fuertes impresiones.
Los discursos corrientes que usamos para decir la crueldad nos la presentan teniendo los siguientes elementos y funcionamientos:
- Primero se trataría de una acción o acto, incluso aislado, extraordinario ‒no de una serie de actos cotidianos o de una maquinación común, una maniobra habitual o incluso una institución‒;
- Siempre parece que esa acción la llevaría a cabo un actor sujeto humano, no podría ser un colectivo o un pueblo ‒una máquina no sería cruel, por ejemplo‒;
- Este actor siempre obra su crueldad mediante procedimientos a la vez rigurosos e insensibles ‒como si quien llevara a cabo esa acción fuera una cosa calculadora e impasible, algo desmesurado‒;
- El efecto que se buscaría producir con esa acción cruel es la de un espectáculo atroz, como si lo cruel tuviera que ver con lastimar la afectividad de los otros;
- Este espectáculo cruel tendría como finalidad la de causar cualquier tipo de sufrimiento.
- Enunciada así la crueldad es presentada en una imagen paradójica. Ciertamente, usando los discursos e imágenes corrientes para experimentar lo que llamamos crueldad, no podemos hacer visibles sus mecanismos sensibles, no podemos ver cómo se ejerce sobre los cuerpos. Y si no podemos describir cómo se ejerce sobre los cuerpos, no podemos determinar cómo se transmite. Perdemos, entre nuestras afectividades sobrecogidas, la tecnología de la experiencia que puede pensarse como crueldad.
La crueldad se trata de uno de esos acontecimientos en donde la propia vida depende del capricho de otro. Ese tipo de circunstancias en donde el cuerpo propio queda a la arbitrariedad y fantasía del otro. Lo importante aquí es poder describir las maneras y los sentidos en que se producen y se ejercen las condiciones sensibles donde los cuerpos pueden terminar cruelmente a disposición de las ocurrencias de cualquiera.
La tecnología de la experiencia que funciona cruelmente debe pensarse como una de esas tecnologías productoras de determinadas condiciones en las cuales se ataca la sensibilidad de los cuerpos. Puede caracterizarse de manera rápida como un conjunto de dispositivos sensibles que funcionan produciendo relaciones, costumbres, hábitos, normalidades, colectividades, cuerpos y procesos de subjetivación en los que la experiencia se ejerce consumiendo a los individuos, incapacitando fisiológicamente, educando en el vicio, reduciendo la vitalidad, avasallando el deseo, enclaustrando un proceso de individuación en una subjetividad. Contraparte de una experimentación afectiva, la crueldad se trata de un ejercicio mezquino, vano, fantasioso, desmesurado de la experiencia. Un sistema de crueldad se ejerce reproduciendo condiciones estéticas que permiten prácticas pauperizadas de la sensibilidad, se ejerce abandonado a los embates de lo que acontece a los cuerpos desarmados de invenciones afortunadas. Un mecanismo meramente estético-cultural.
Llegados aquí, ¿la crueldad no se trata de una forma de la violencia? De otro modo: ¿cómo podríamos distinguir ejercicios de violencia de una tecnología de la crueldad? Quizás la segunda es silenciosa. No, la crueldad no es un espectáculo como lo es la violencia. Ante los sistemas de crueldad no nos asombramos. Y esto porque se trata de nuestra propia afectividad, de nuestro cuerpo tan pobre en recursos vitales que queda abandonado al antojo y a la ocurrencia de los otros y de los acontecimientos.
2 Cfr. José Francisco Barrón Tovar, “Hacia un discurso estético de la violencia”, en Máquina. Revista electrónica http://revistamaquina.net/hacia-un-discurso-estetico-de-la-violencia/
3 Cfr. José Francisco Barrón Tovar, “¿Cómo construirte un esclavo? Ars philosophica”, en Zozobra colectiva https://zozobracolectiva.wordpress.com/2014/11/05/como-construirte-un-esclavo-ars-philosophica
4 Ni en la versión kantiana de “tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad” (¿Qué es la Ilustración? Y otros escritos de ética, política y filosofía de la historia. Trad. de Roberto R Aramayo. Madrid, Alianza Editorial, 2013, p. 98); ni en la versión simondoniana de “las técnicas manifiestan, por oleadas sucesivas, un poder de interpretación analógico” (“La mentalidad técnica”, en Demarcaciones. Gilbert Simondon: repercusión y perspectivas, No. 4, Mayo de 2016, p. 28).
5 Rosset, Clément, El Principio de Crueldad, Pre-Textos, 1994, p. 22.